Testimonio de: Milton Pacheco C. (Coordinador del trabajo en el altiplano)
Señor Alejandro Unzueta Gobernador del departamento del Beni Presente:
Reciba mi saludo con respeto y gratitud. Hoy quiero compartir mi historia, una que comenzó con desesperación pero terminó con esperanza y acción.
En plena pandemia, cuando los hospitales estaban colapsados y el miedo reinaba en cada hogar, mi hija, Diana, contrajo COVID-19. Sentí que el mundo se desmoronaba. No encontraba ayuda y la angustia se apoderaba de mi familia. Fue en ese momento, en un informativo, que escuché sobre el trabajo del Dr. Alejandro Unzueta en Beni, ayudando a quienes no tenían acceso a hospitales ni medicamentos.
No dudé. Le comenté a mi esposa e hija lo que había escuchado, pero ellas dudaban de que realmente pudiera contactarlo. Recordé que había sido mi camarada en el Liceo Militar, así que busqué su número. Fue gracias al Ingeniero Rocco Shiriqui, también camarada del Liceo Militar, que conseguí el contacto y, sin pensarlo dos veces, llamé.
Alejandro me atendió con afecto y me indicó los medicamentos que debía darle a mi hija. Me dijo que tuviera fe en nuestro Divino Creador, que ella sanaría. Y así fue. Con el paso de los días, mi hija recuperó el olfato, el gusto, su fuerza. Estaba sana. Ese momento cambió todo. Vi el sufrimiento de tantas personas en el altiplano, enfermas, solas, sin recursos. Y entendí que no podía quedarme quieto. Dios, Patria, Hogar no era solo un lema del Liceo Militar; era un llamado. Tenía que hacer algo por mi gente.
Llamé a Rocco y le pregunté si Alejandro podría enviar medicamentos para ayudar a quienes más lo necesitaban. Él consultó, y Alejandro aceptó. A la semana, el Dr. Rolando Cazzol y Rocco llegaron al aeropuerto de El Alto con los medicamentos. Así comenzó nuestra misión en el altiplano.
En Achacachi, tierra de los Ponchos Rojos, los dirigentes nos pusieron a prueba: antes de aceptar los medicamentos, nos pidieron que fuéramos a curar a un enfermo grave. El Dr. Cazzol aplicó la técnica de la sal sobre la espalda del paciente, mientras la familia y los dirigentes rezaban. Una semana después, ese mismo hombre estaba sano, de pie, con lágrimas en los ojos agradeciendo a Dios, al Dr. Unzueta y a nuestro equipo.
En Tito Yupanqui, el alcalde y el personal de salud nos recibieron con gratitud. Los medicamentos eran escasos y esenciales para la comunidad, especialmente por ser un municipio fronterizo con Perú, donde el contagio no daba tregua.
En Calamarca, al inicio rechazaron la ayuda por desconfianza. Sin embargo, cuando la enfermedad cobró la vida de un dirigente, nos llamaron de vuelta. En la segunda visita, todos tomaron los medicamentos delante de nosotros y los distribuyeron en sus comunidades.
Cada lugar que visitamos, cada persona que ayudamos, fue una muestra de que la fe, la solidaridad y la acción pueden cambiar vidas. No estuvimos solos en esta misión: fue posible gracias al apoyo del Dr. Unzueta y de cada miembro del equipo que nunca perdió la esperanza.
Hoy, al mirar atrás, sé que hicimos lo correcto. En tiempos de oscuridad, Dios, Patria, Hogar nos guió y nos dio fuerza para servir cuando más se necesitaba.



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