Este testimonio es un acto de gratitud hacia Dios, quien obró milagros en mi vida y en la de mi esposa. También es un reconocimiento al doctor Alejandro Unzueta, a través de quien el Señor habló y sanó. Comparto estas palabras para que otros crean, esperen y nunca dejen de orar.
El llamado a escuchar Mi nombre es Roque Mario Mancilla Parada. Era el año 2019, último trimestre. Por entonces, asistía con frecuencia a la casa del doctor Alejandro Unzueta, donde compartíamos conversaciones de fe, ciencia y vida. En varias ocasiones, él nos dijo con serenidad y convicción: “Va a suceder algo grande.
Dios me lo ha revelado.” Algunos lo tomaron con escepticismo, otros hasta se rieron. Yo me quedé callado. Como creyente, sabía que cuando Dios habla a través de alguien, no es en vano.
La primera prueba: infarto y cáncer
Poco tiempo después, mi esposa sufrió un infarto de miocardio en la pared inferior del corazón. Estuvo internada diez días. Su vida pendía de un hilo. Yo recurrí a los médicos, a mi fe y a la oración. Se salvó. Pero cuando pensé que lo peor había pasado, llegó un segundo golpe: cáncer de mama en el seno izquierdo.
Me quebré. A pesar de mi fe en Dios y la Virgen, mi humanidad me sobrepasaba. Mi esposa es todo para mí. Pero en medio del dolor, recordé las palabras del doctor. Él ya había dicho que algo sucedería… y así fue.
La revelación confirmada Meses después, el doctor Unzueta nos volvió a hablar de forma clara: “Dios me mostró que se cerrarán las fronteras.”
Fue durante un viaje al extranjero, según nos contó. Se lo dijo primero a su esposa, y luego a nosotros. No pasó mucho hasta que la pandemia llegó. El país entero se cerró. Y comprendimos que era eso lo que el Señor le había mostrado.
En medio de ese caos, a mi esposa le hicieron la mastectomía radical. Yo seguía luchando. Y fue entonces que el doctor nos dijo:
“Dios me reveló la cura para el COVID.”
Muchos dudaron, pero yo no. Desde que lo conozco, he visto que cuando él habla con esa convicción, es porque Dios lo guía.
La obediencia que salva Nos recomendó no vacunarnos. Yo lo obedecí. Creí en Dios a través de él. Incluso tuve discusiones con mi madre, que sí se vacunó. A mi esposa, por estar en quimioterapia, le administraron tres dosis. Luego decidimos parar. Mis hijos no lo entendían, pero yo sí: cuando Dios habla, hay que escuchar.
Así como vencimos el infarto, también vencimos el cáncer. El doctor me repetía: “No le hagan la quimio.” Yo solo oraba. Le pedía a Dios que, si hablaba a través de él, que no se cumpliera lo que temíamos. Y Dios obró. Ella salió adelante.
La segunda batalla: metástasis y milagro Pensamos que todo había terminado. Pero en el primer trimestre de 2024, en los controles de rutina, detectaron metástasis en el hígado. Otra vez la desesperación. Mi esposa fue internada y los riñones comenzaron a fallar. Iba a requerir hemodiálisis.
Una noche, a la una de la mañana, el doctor Unzueta me llamó y me dijo con firmeza: “Tu esposa va a estar bien.”
Yo lo creí. Aunque soy reservado, le mandé una foto de ella en cama. Me respondió: “En tres días, ella estará en casa.”
Al día siguiente, se repitieron los análisis. Lo juro por Dios y la Virgen: los resultados fueron claros y coincidentes entre distintos laboratorios. Se revirtió el fallo renal. A los tres días, mi esposa salió del hospital. La metástasis había desaparecido.
Doy fe. Conozco los dones que Dios da, y uno de ellos es la sanidad. Y el Señor lo ha obrado a través del doctor Unzueta. A la distancia, mediante su oración, Dios sanó a mi esposa.
Eso es todo lo que puedo decir. Dios lo bendiga, doctor.
“Porque yo sé los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza.” — Jeremías 29:11

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