Testimonio de Erick Soruco
Me llamo Erick Soruco. Soy un hombre de Fe, esposo agradecido y padre feliz. Y lo que estás por leer no es una historia contada por terceros. Es mi vida. Es mi verdad. Es mi milagro. Hay momentos en que
la vida te lleva al borde de un abismo, donde ya no se ve el camino ni se escucha la esperanza. Fue allí donde me encontré cuando la salud de mi esposa y la vida de nuestro hijo por nacer estuvieron en peligro. En ese instante comprendí que la Fe no es un discurso, es un sustento invisible que te sostiene cuando todo lo demás falla.
Mi esposa, joven y llena de vida, quedó embarazada. Un regalo de Dios que esperábamos con alegría desbordante. Pero la alegría pronto se vio empañada por una palabra temida: placenta previa total. Los médicos fueron directos: no podía caminar, no podía hacer esfuerzos, debía permanecer inmóvil. La
advertencia fue clara: “Prepárense… porque esto puede complicarse gravemente”.
Y como si eso no bastara, vino un segundo golpe: trombosis venosa profunda. Un coágulo se había alojado en su pierna. Si se movía, podría causar un infarto o una embolia cerebral. Los doctores estaban de manos atadas: no podían administrarle anticoagulantes porque estaba embarazada, y una cirugía para colocar una malla podía comprometer la vida del bebé. Todo lo que escuchaba eran diagnósticos, advertencias y papeles para firmar “por si algo salía mal”. Yo los firmaba, sí pero en mi corazón firmaba otra cosa: un pacto con Dios, una entrega completa a su voluntad.
Fue entonces cuando decidí acudir al Dr. Alejandro Unzueta. Lo conocía como médico, pero mucho más como un hombre de oración, de servicio, de convicción firme y corazón sensible. Le hablé, le conté lo que estábamos viviendo y, sin dudar, me dijo: “Vamos al hospital”.
Ese día lo recordaré hasta el fin de mis días. Su sola presencia cambió el ambiente. Los pasillos del hospital se llenaron de murmullos, de miradas de esperanza. Cuando mi esposa lo vio, sus ojos se llenaron de lágrimas. Lo conocía. Lo admiraba. Lo respetaba. Pero sobre todo, sabía que venía en nombre de algo mayor.
Se acercó a ella. Puso su mano sobre la pierna inflamada. Y con la calma de quien está conectado con lo eterno, le dijo: “Vas a estar bien. Vas a sanar”. No le dio medicina. No le aplicó ningún procedimiento. Solo oró. Fue una oración corta, silenciosa… pero poderosa. Una de esas oraciones que no salen de la
boca, sino desde el alma.
Esa noche, el médico de guardia se me acercó y me dijo: “La pierna empieza a desinflamarse. Es increíble… pero está mejorando”. Al amanecer, los signos vitales eran estables. Por la mañana ya no había riesgo. Y al mediodía, increíblemente, estábamos los tres en casa: mi esposa, mi hijo en su vientre y yo.
El milagro había sucedido. Así de directo. Así de claro. Hoy, ese niño tiene dos años. Corre, juega, ríe, salta. Es pura salud. Su desarrollo psicomotriz es sorprendente. Cada vez que lo veo, sé que lo tengo por la gracia de Dios. Y también porque alguien obedeció el llamado divino para tocar nuestras vidas en el momento justo.
Yo, Erick Soruco, testifico que el milagro es real. Que Dios obra a través de quienes están dispuestos a ser instrumentos de su misericordia. Y que el Dr. Alejandro Unzueta no solo ha salvado a miles con medicina, sino que también ha tocado hogares, corazones y destinos con la fuerza de la Fe viva.
Este es mi testimonio. Este es mi agradecimiento eterno. Este es mi milagro.
“Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces”.
— Jeremías 33:3

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