Testimonio de un poblador de Bellavista
Era un día de urgencia en Bellavista. Una nueva ola de COVID-19 azotaba la región, y toda una población esperaba atención médica. En medio de esa necesidad, un piloto boliviano, compro
metido con la causa, se pre paraba para facilitar el viaje del doctor Unzueta hacia esa comunidad aislada. Lo que nadie sabía era que él mismo enfrentaba una lucha silenciosa.
tras se alistaba para el vuelo, su jefe —dueño del avión y también afectado por la enfermedad— comenzó a experimentar una angustia creciente: fatiga intensa, dificultad para respirar, síntomas que lo colocaban en un esta do crítico. Llamó a su piloto, su hombre de confianza, para que consultara directamente con usted qué debía tomar. En ese mismo instante, usted le indicó la terapia adecuada: la fórmula que, durante toda la pandemia, había llevado alivio a miles.
El avión partió rumbo a Bella vista con otro piloto a cargo. El enfermo, sabiendo que no podía dejar pasar la oportunidad de recibir atención directa, tomó una decisión sencilla pero valiente: se cubrió la cabeza y se mezcló entre los comunarios, como uno más del pueblo. Porque necesitaba sanar. Porque creía que Dios podía alcanzarlo también a través de usted.
Fue derivado inicialmente a un asistente, pero insistió:
—Quiero que me vea el doctor Unzueta.
Esperó. No se impacientó. Tenía fe. Y esa fe fue recompensada.
Usted lo atendió. Le aplicó la milagrosa terapia de sal en la espalda. Le dio el tratamiento. Y justo antes del vuelo que debía llevarlo de regreso, tomó una decisión crucial: el avión no regresaría aún. Usted no podía irse. Había más personas por atender. Había una promesa silenciosa de no abandonar la misión
hasta que todos fueran vistos. El avión partió sin usted, con el compromiso de regresar al día siguiente.
El piloto, transformado no solo por la terapia, sino por la experiencia, comenzó a respirar con normalidad. Descansó esa noche como no lo hacía desde hacía días. Al amanecer, se levantó sin síntomas. Sin peso en el pecho. Sin miedo. Solo con agradecimiento.
Tenía un hangar frente al aeropuerto.
Desde ahí lo despidió cuando, final mente, usted volvió a volar. Lo despidió
como se despide a un hermano que salva. Y en ese gesto sencillo, de gratitud profunda, quedó sellado el testimonio de un hombre que pasó de ser piloto a ser testigo.
De ser testigo a ser sanado. De ser sanado… a creer.
“Por la fe también Sara misma recibió fuerza para concebir, aun fuera del tiempo de la edad; porque creyó que era fiel quien lo había prometido.”
— Hebreos 11:11

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