Sanar más alla del cuerpo

Jun 9, 2025

La gente venía buscando una cura. Pero muchas veces, sin saberlo, también venía buscando perdón, consuelo, esperanza, fe.

Y yo, que creí que había salido a sanar cuerpos, terminé viendo cómo Dios usó esa cruzada para sanar almas.

Vi madres reconciliarse con hijos al borde de la muerte.

Vi familias quebradas reencontrarse gracias a una oración antes de la terapia.

Vi gente que no creía en nada, levantando los ojos al cielo por primera vez.

Sanar dejó de ser algo físico. Se volvió espiritual. Humano. Profundo.

Me encontré escuchando historias de abandono, de soledad, de miedo.

Pacientes que no solo traían fiebre y tos, sino también angustias, culpas, heridas del alma.

Y en ese momento comprendí algo que me marcó para siempre:

El cuerpo grita lo que el alma calla. Y la verdadera sanación comienza desde adentro.

Atendí a personas que no tenían fe, pero que al recibir amor, empezaron a sanar.

Vi cómo una palabra de aliento podía hacer más que un frasco de medicamento.

Vi cómo la gente sanaba también al servir. Muchos, después de recuperarse, volvían como voluntarios.

Querían ayudar. Querían dar lo que habían recibido.

Y yo también fui sanando. Sané heridas antiguas.

Sané la necesidad de reconocimiento. Sané el dolor del rechazo, la traición, la incomprensión.

Dios me usaba para sanar… y al mismo tiempo, me curaba a mí.

Pero también viví una batalla que pocos vieron. Una guerra silenciosa. Dolorosa. Real. Durante esta cruzada, mi esposa, mis hijas pequeñas y yo sufrimos intensos ataques espirituales.

No hablo en metáforas. Fueron ataques oscuros, intensos, de entes demoníacos que buscaban detenernos, atemorizarnos, quebrarnos desde adentro.

Noches sin dormir. Presencias que helaban el alma. Pesadillas vivas. Enfermedades repentinas. Solo hombres y mujeres de fe profunda pueden entender ese nivel de guerra espiritual.

Hubo momentos en que me sentí superado. Como si el infierno hubiera tomado nota de lo que estábamos haciendo y se hubiese desatado con furia sobre nosotros.

Pero Dios nunca nos dejó solos. Uno a uno, comenzaron a llegar pastores, sacerdotes, religiosos de distintas confesiones y credos.

Personas que no se conocían entre sí, pero que sentían en su espíritu que debían orar por nosotros.

Muchos me escribían desde otras ciudades, otros países, diciendo: —Dios me mostró que estás siendo atacado. Estoy orando por ti. —El Espíritu Santo me pidió que interceda por tu familia.

Y así fue. Dios levantó un ejército invisible a nuestro favor. Un ejército de fe, de oración, de luz.

Y en cada clamor, en cada intercesión, en cada noche de guerra, sentimos cómo el poder de Dios vencía toda oscuridad.

Lo que vivimos fue sobrenatural, algo más allá de lo comprensible.

Fueron días en que el cielo y el infierno se enfrentaban cara a cara y Dios no solo nos protegió, nos fortaleció.

Volví a abrazar a mi madre con más fuerza

Miré a mis hijos con más ternura.

Oré con más humildad.

Y agradecí cada día como si fuera un regalo nuevo.

Porque entendí que esta cruzada no fue solo para salvar vidas.

Fue para recordarnos quiénes somos cuando dejamos de lado el ego, la división, el orgullo.

Fuimos pueblo. Fuimos hermanos. Fuimos manos de Dios en la tierra.

Y yo, Alejandro Unzueta, dejé de ser solo Odontólogo. Me convertí en instrumento. En testigo. En servidor.

Porque cuando te entregas por completo, sin reservas, sin miedo, sin buscar recompensa… Dios se encarga de darte más de lo que podrías imaginar.

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *