Una puerta abierta al milagro

Jun 9, 2025

Testimonio de Eddy Tibbusa

Mi nombre es Eddy Tibbusa. Soy pedagogo y músico de profesión. Como muchos en aquel tiempo de oscuridad, me vi atrapado en las redes invisibles de una enfermedad que volvió con fuerza: el CO
VID-19. Habían pasado ya veinticinco días desde que caí enfermo. En mi barrio, los vecinos comenzaban a morir, uno tras otro, como en zigzag Era como si la muerte se deslizara de casa en casa, silenciosa, cruel.

Yo estaba en las últimas. El cuerpo ya no respondía. Me dolía la espalda, los huesos, el alma… Me invadía un frío que calaba hasta los pensamientos. No podía comer. La comida ya no tenía sentido ni
sabor. La vida misma se me escurría entre suspiros.

En ese abismo de agonía, me puse a rezar. Le hablé a Dios. Le pedí que, si era mi hora, me recibiera. Me encomendé a Él con lo poco de fuerza que me quedaba.

Y fue entonces cuando ocurrió el milagro. Esa madruga da sentí que en mi casa había humo, un humo invisible que me asfixiaba. Me costaba respirar. Abrí la ventana, abrí la puerta… Era como si algo dentro de mí me empujara a no rendirme. Y justo en ese momento, exactamente a las siete y media de la mañana, llegó una camioneta.

Una mujer bajó de ella. Yo no la conocía. Se acercó, me miró con dulzura y firmeza, y me dijo: —“Soy la esposa del doctor Unzueta. Usted crea en Dios, créalo con todo su corazón, porque se va a sanar”.

Esas palabras fueron como fuego sagrado para mi espíritu. Para mí, esa mujer fue un ángel enviado del cielo. No sabía que yo estaba enfermo; iban en realidad a visitar al vecino. Pero fue a mí a quien la providencia divina quiso alcanzar en ese instante.

Dos días después, como por obra sobrenatural, estaba completamente sano. No parecía que hubiera pasado por la enfermedad. No quedaba rastro alguno del mal que me oprimía. Era como si nunca hubiese tenido COVID-19.

La vida me fue devuelta. Por eso doy gracias, primero a Dios, que me hizo abrir la puerta en el momento preciso. Y luego al doctor Alejandro Unzueta, cuya cruzada no solo era médica, sino celestial. A su esposa, ese ángel de luz, le debo también la fe renovada, el aliento que volvió a mis pulmones.

Hoy, desde la humildad de mi testimonio, afirmo que los milagros existen. Que cuando uno ya no puede más, Dios actúa. Y lo hace a través de personas que llevan Su luz.

 

 

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