Voces en la oscuridad Testimonio del Dr. Rolando Cazzol

Jun 7, 2025

Hay noches que quedan tatuadas en la memoria. No por lo que se ve, sino por lo que se percibe. Por lo que se siente con el alma desnuda, cuando los velos del mundo visible se rasgan y algo más —algo profundo, antiguo y muchas veces incomprendido— se manifiesta.

Mi nombre es Rolando Cazzol. Médico de profesión, hombre de ciencia, y testigo de lo inexplicable. Lo que voy a relatar no es un mito ni una exageración: es un suceso real, vivido en carne y espíritu durante uno de los momentos más oscuros de la historia reciente de nuestra humanidad, en enero del año 2021, en plena pandemia del COVID-19.

Aquel tiempo, como muchos recordarán, estaba teñido de muerte, desesperación y miedo. Pero también, y paradójicamente, fue el escenario del renacimiento de la fe, del poder de la oración y del milagro. El doctor Alejandro Unzueta, amigo y hermano del alma, lideraba una cruzada titánica de sanación en Trinidad, capital del Beni. No solo era una cruzada médica. Era una batalla espiritual, un llamado a las fuerzas de la luz para descender sobre un pueblo herido.

Juntos llevábamos medicamentos, sí. Pero también llevábamos esperanza, palabra, consuelo, y algo que iba más allá de lo físico: llevábamos el fuego sagrado de la fe a las puertas de quienes ya se daban por vencidos. Era una labor peligrosa, no por virus ni por gobiernos que a veces veían con recelo nuestra obra, sino por algo más… algo que no se ve, pero se siente: las fuerzas del mal, aquellas que habitan en los rincones oscuros del mundo espiritual

Una noche, mientras conversaba con Alejandro por teléfono, sucedió lo imposible. De pronto, la línea se interrumpió. Pero no fue una simple interferencia. No. Lo que ocurrió fue una irrupción. Una grieta invisible se abrió entre dimensiones y por ella se coló una voz. Grave. Fría. Ajena a toda humanidad.

Una voz en inglés dijo claramente: “You’re going down.” Silencio. Luego: “You’re going to burn in hell.”

Traduzco para quienes no entienden el idioma: “Vas a caer… Vas a arder en el infierno.”

Ambos quedamos paralizados. No era una tercera llamada. No era una broma. Era una intromisión espiritual. Preguntamos con firmeza: —¿Quién eres?

Silencio absoluto. Pero el escalofrío que recorrió nuestras espinas fue elocuente. Allí había algo. Una presencia antigua, milenaria, con el hedor de lo infernal.

Como hombre de ciencia, intenté buscar una explicación racional. Pero no la encontré. No había lógica. No había precedentes. Solo quedó la certeza de que, cuanto más luz emite una obra, más violentamente reaccionan las tinieblas.

Yo sé —lo afirmo con humildad y temblor— que lo que presenciamos fue un acto de guerra espiritual. Una manifestación del mal, intentando intimidar, amedrentar, frenar una misión de amor y redención. Porque las fuerzas oscuras odian la luz. Y Alejandro, con su cruzada, con su oración, con sus manos sanadoras, era una antorcha encendida en mitad de la niebla.

Esa noche comprendí que no todos los enemigos son visibles. Que hay batallas que se libran en planos distintos. Que cuando un alma se entrega con fe absoluta y ciencia iluminada, se convierte en blanco de aquello que desde siempre ha intentado esclavizar al ser humano: el miedo, la desesperanza, el odio el infierno mismo.

No sé qué fue esa voz. Pero sí sé qué fue lo que no pudo hacer: detenernos. Porque si algo aprendimos en esa cruzada, es que ninguna oscuridad prevalece donde el amor se manifiesta. 

Ninguna sombra resiste el poder de una oración sincera. Ningún infierno puede apagar la llama de los que sanan en el nombre de Dios.

Este es mi testimonio. No lo doy por fama. Lo doy porque callarlo sería traicionar la verdad. Y porque en estos tiempos, necesitamos recordar que la fe no es solo consuelo… es también espada y escudo.

Incluso cuando las voces del abismo susurran amenazas, hay una Voz más fuerte que nos sostiene, nos guía y nos levanta.

“No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siem- pre te sustentaré con la diestra de mi justicia.” — Isaías 41:10

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